Dos patrias, dos mundos, una sola pintura
Monjalés ha estado impulsado por una fuerza ancestral y decidida que lo lleva a plantear el arte como un combate que abomina de la humillación y el sufrimiento. Que hace suya la pertinente observación de Schiller en su Don Carlos: "Dígale que, cuando sea todo un hombre, ha de cuidar los sueños de su juventud".
Sueños de quien reniega de la injusticia y se planta, firme, a la izquierda, donde la materia nos retrae a los orígenes, al magma primordial en el cual el fuego y las lágrimas se debaten con las formas. Las soñadas e inciertas formas que aún no son personas, pues el artista también es un devenir abierto a la duda y a la perplejidad. Al rehacerse incesantemente y, en tal, volver sobre sus opiniones, conserva el carácter exploratorio y aventurero de su vocación y destino como algo imposible de cerrar dado que la sociedad no es nunca estática tampoco. Pero su respuesta a la Guerra Civil española y a la figura de Franco, que lo llevaría al exilio en Colombia, en 1968, condenado a catorce años de cárcel por su militancia comunista, puede tener diversos interlocutores. Desde el Picasso figurativo al informalismo de Saura para arribar, en 1962, a su serie "Los vencidos", tan afín con la oscuridad sombría del sordo Goya, también guerrero plástico en contra de la estulticia y la infamia.
Este texto de Monjalés debe meditarse, pues fusiona ética con estética y padecimiento con distancia. Caras que dejan de ser humanas para rotar las tres en su esperpéntico grito mudo, como ocurre en su logrado "Espacio exicial". Como quien dice, exilio existencial.
"La obra Espacio exicial pintada en 1962, forma parte de la serie que titulé Los vencidos en homenaje a las mujeres y a los hombres españoles que enfrentaron en 1936, el infractor golpe militar fascista que sumió a todos en el oprobio y a un sinnúmero en la muerte; en homenaje a miles y miles de niñas, niños y adultos que sufrieron la pérdida de su tierra: el exilio; en homenaje a las mujeres y a los hombres de los pueblos de España que después de triunfo de la vileza en 1939, continuaron luchando a favor de la democracia y la dignidad humana aun a costa de la propia vida". (Revista Mundo. No. 32. Octubre de 2008).
Creo haber conocido a Monjalés cuando Carlos Granada, Augusto Rendón, Umberto Giangrandi, Pedro Alcántara o Darío Ruiz Gómez, como crítico, intentaban expresar lo inexpresable de una violencia y una tragedia colombiana que sobrepasaba todo lenguaje, esquematizaba toda respuesta, al cargar las tintas y las deformaciones, más hacia la política que hacia la vieja convicción de Nietzsche: el mundo solo se puede soportar convertido en fenómeno estético. Su única justicación es estética. Solo que el testimonio también será necesario. Pero el joven que admiraba al lívido Picasso de circo y pobreza es ahora el artista maduro que palpa de nuevo su tierra (Valencia, España), sin desligarse de Colombia y rinde homenaje, en enigmáticos mosaicos rotos, a Gaudí (2007). La escisión, el desgarramiento, han contribuido a darle más vigor a su tarea de mucho más de medio siglo. De dos vidas y dos mundos entrelazados con decisión en el acto fraterno de pintar. De hacer que su sabiduría artesanal sea la honesta base de la altura que ha alcanzado su pintura. Crítica siempre, siempre compartible.
Juan Gustavo Cobo Borda
Escritor y periodista.