Monjalés, metáfora del siglo XX
Monjalés se me presenta como una metáfora del arte contemporáneo. Desde que aparece en el siglo XIX el impresionismo, una vertiginosa sucesión de corrientes se precipita ante nuestros ojos. Expresionismo, cubismo, fauvismo… Mencionaré solo las que transitan por la vida de nuestro artista, o por las que él transita. Se forma en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia dentro de los cánones de la pintura y del dibujo académicos que imperaban durante el Franquismo. Pero pronto se adentra en las vanguardias que entonces rompían con el academicismo.
Empieza con el neocubismo y se deja influir por el periodo azul de Picasso, pero también bucea más allá en el pasado y utiliza la iconografía del Bosco, pintor que en la época moderna despierta gran interés por sus composiciones que prefiguran el surrealismo.
Viene luego la creación del Grupo Parpalló, el abandono de la figuración y la adscripción al informalismo, variante europea del expresionismo abstracto, preocupado por la materia con la que se crea la obra de arte. Era la incursión en la vanguardia más rabiosa del momento que suponía toda una ruptura con la estética predominante. El arte no es solo arte por el arte, sino un arma revolucionaria. La vida de Monjalés también es política. Se incorpora al Partido Comunista. Y vuelve a la figuración realista. El paradigma comunista es el realismo soviético y el realismo en España también puede ser revolucionario.
La militancia comunista entrañaba un riesgo y Monjalés tiene que salir de España, situación difícil para un artista enraizado en Valencia, luminosa y barroca.
Nos patriae fines et dulcia linquimus arva.
Nos patriam fugimus…
-dice Virgilio en las Bucólicas. ¡Carmina nullam canam! ¡No cantaré ningún canto! Monjalés llega a Colombia y debe cumplir su destino y seguir creando. No es un desconocido, ignobilis, como Virgilio en Nápoles, pues ha expuesto en la Bienal de Venecia. Da clases. Se dedica a la cerámica: otra vez la preocupación por la materia, como en el informalismo. Y la conexión con Valencia, tierra de ceramistas desde los musulmanes.
Su investigación no se detiene. El artista moderno es un inventor, pero en el sentido tradicional: el que descubre, el que llega a buen puerto, (in-venire) y, por consiguiente, el que rasga el velo de lo desconocido. Ese era el artista antiguo que hacía patente la verdad, la alétheia, lo no oculto, que se identificaba con la belleza. El moderno es inventor en el sentido de creador de novedades. Monjalés sigue trabajando e inventando: se mide con la Real Expedición Botánica, otra vez el realismo, y con Gaudí, arquitecto “matérico” y artista total.
La pregunta que surge es: ¿por qué? ¿Por qué el artista ha devenido explorador continuo, corazón inquieto que no descansa jamás en la búsqueda? No siempre ha sido así. El artista, hasta hace ciento cincuenta años, tenía más o menos claro cuál era su misión: crear belleza.
Estaba firmemente anclado en una metafísica que había surgido en Grecia y había llegado a su culmen en la Escolástica. Metafísica realista, de res, cosa, el ente. El ser estaba ahí, sin duda. El hombre podía conocerlo. Podía aprehender la verdad. Estaba claro, por lo menos implícitamente, que el ser tenía unas propiedades que podían declararse. El ser era uno, el ser era verdadero y el ser era bueno. El primer trascendental radica en el ser mismo: indivisum in se, divisum ab aliis. Los otros dos hacen referencia a la relación con los otros seres. El ser se dice verdadero con relación a la inteligencia; bueno, con relación a la voluntad. El ser es bueno por ser creado por Dios:"Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt". "Abierta su mano con la llave del amor surgieron las “criaturas") dice Santo Tomás de Aquino. (Sent. 2, prol.).
Unum, bonum et verum convertuntur.
Los tres trascendentales se refieren inextricablemente al ente. Sto. Tomás sigue diciendo: “La belleza y el bien son lo mismo… Pero difieren en la razón. El bien va referido al apetito o tendencia a algo … Lo bello va referido al entendimiento. Pulchra enim dicuntur quae visa placent. Se llama bello lo que agrada a la vista”. Y “para la belleza se requieren tres cosas: integridad o perfección, proporción o consonancia y claridad”. La belleza está por doquier porque todas las cosas están en cierto orden entre sí, de donde se sigue que están ordenadas hacia un mismo fin. “El universo es una cascada de hermosura que desciende de la Fuente primera. Todas las cosas son bellas porque Dios las dirige y llama a sí”. Recoge aquí Sto. Tomás la etimología que hace venir καλειν de καλóν, bello.
Después de Santo Tomás, la metafísica sufrió serios embates. No es que estos ataques se reflejasen inmediatamente en el arte. Ya he dicho antes que los artistas siguen durante siglos anclados en los principios de la tradición greco-cristiana, por lo menos hasta el impresionismo. Pero los efectos demoledores de esos ataques acabarán erosionando el fundamento de la estética occidental y tendrá lugar una eclosión de formas y de fórmulas que son las diversas corrientes del arte moderno. No es este el lugar adecuado para hacer la historia y mostrar los efectos de la desaparición de esta metafísica o incluso, como han pretendido muchos, de toda metafísica.
La metafísica tomista se basaba en la diferencia entre esencia y existencia. La filosofía posterior socava esta distinción. O bien el ser es mera existencia sin esencia, como para el racionalismo, lo que acaba con la filosofía y solo hay ciencia, o bien el ser es dios y generador de todas las esencias, derivando en el panteísmo.
Un solo ejemplo para ver el terremoto que provoca la nueva filosofía: Descartes. El ser pasa a ser res extensa, despojado del bonum y del verum. El alma, res cogitans independiente del cuerpo. La medida de la verdad no es ya el ser sino el hombre.
Las cosas bellas no deleitan por ser bellas, sino que son bellas porque deleitan. Se comprende que estamos ante un cambio radical. Algo es arte porque lo determina el artista. De ahí provendrá el dadaísmo o el arte conceptual. De hecho, se da un paso más y el arte se desvincula de la belleza. Objeto del arte puede ser lo feo, lo contrario de lo bello.
Pero dejemos aquí la reflexión sobre el devenir del arte. Simplemente he querido apuntar la importancia de la metafísica como sistema de creencias en las que está el artista y como ese estar en la creencia condiciona la actividad artística.
Esto es lo que pensaba cuando me ofrecieron la posibilidad de decir algo sobre Monjalés. Pero denken ist daken, “pensar es agradecer”; como dijo Hölderlin. Por ello quiero aprovechar esta celebración conmemorativa, Gedenkfeier, para agradecer a Monjalés. Gracias por su pintura, por sus cerámicas (sobre todo por las que me ha regalado), gracias por su amistad, por su conversación (quizás, su maestría más conseguida) y por la belleza que nos ha dado. Por la bondad, que pulchrum et bonum convertuntur.
Berlín, febrero de 2012
Agustín Andrés Irazola